miércoles, 29 de octubre de 2014

Capítulo 9.


Egmont Staggs, el profesor de Educación Física, había permanecido de baja por paternidad todo el primer mes, así que durante las horas de su asignatura solíamos estudiar con la supervisión de algún otro profesor. Cuando llegó a El Enorme Espacio, nos contó que todo había salido según lo previsto y que era un niño precioso llamado Harry, al que llevaba en forma de fotografía dentro de su cartera.
Había tenido una extraña impresión del señor Staggs. Por su apariencia, pensé que tendría treinta y pocos años. Era alto y musculoso. Tenía el pelo moreno y unos ojos marrones casi negros que me gustaban. También poseía una piel extremadamente blanca, algo rosada, que contrastaba aún más sus ojos oscuros. Parecía que el tiempo se congelara cuando él hablaba o caminaba.  Conseguía avergonzarme solo con la mirada, y esperaba que lo consiguiera con todos mis compañeros también.
Empezaron a salir por la puerta principal del orfanato todos los alumnos de un curso superior al nuestro gritando, corriendo, riendo y, generalmente, armando jaleo.
—¡Callaos ya! —exclamó Egmont—. Hoy haremos una salida al bosque —anunció alzando la voz—. Nos acompañarán vuestros compañeros de 10. Klasse porque 1) el profesor Adalgiso no ha podido asistir a su clase y para que 2) aprendáis y os deis cuenta de todo lo que han aprendido todos estos muchachos cuando les di clase el año pasado.
Comenzamos a comentar nuestras opiniones los unos con los otros mientras estirábamos los músculos.
—¡Silencio! —ordenó Egmont—. ¿Alguna pregunta?
No se oyeron siquiera las respiraciones de mis compañeros.
—Perfecto —finalizó—. Siempre detrás de mí.
Egmont comenzó a correr después de haber salido por la puerta de hierro que cerraba el orfanato y El Enorme Espacio. Nosotros le seguimos, también corriendo.
Personalmente, me gustaba correr, ya que eso implicaba fuerte viento, aire fresco y todas esas cosas anormales que me gustaban. Cuando llevábamos unos minutos apartando ramas y amenizándonos el camino, parecía que estaba volando, porque ya no suponía ningún esfuerzo mover las piernas. «Cada uno se acostumbra a lo que quiere», pensé.
Otis pasó por mi lado sonriéndome y moviendo mi coleta. Siguió adelante hasta alcanzar a Beate. Pude escuchar con claridad su conversación.
—Hola —susurró Otis en el oído de Beate cuando consiguió alcanzarla.
—Hola —contestó ella, sonriente.
—¿No piensas que esto es un coñazo? —preguntó Otis—. Sí, definitivamente lo es.
Beate rió.
—¡Silencio por ahí atrás! —exclamó el profesor Staggs.
—Cuando yo te diga, gira a la derecha y empieza a correr —dijo Otis.
—Nos meteremos en problemas, Otis.
—¿Y qué? —preguntó Otis, que levantó la mirada unos segundos, observando su alrededor—. ¡Ya!
Otis comenzó a correr en la dirección incorrecta a la debíamos ir, cogiendo a Beate de la mano. Recé para que Egmont no se diera cuenta de que faltaban dos alumnos y me concentré en correr respirando correctamente.
—J —dijo Will, corriendo a mi lado—, ¿dónde está Otis?
—Ha tenido la brillante idea de irse por su cuenta junto con Beate —contesté irónicamente.
—Genial pues.
—¿Genial? Como se entere podemos darlos por muertos.
—Tranquila, J —dijo Will alargando las palabras—. Otis sabe siempre lo que se hace.
—No me cabe la menor duda —dije resoplando.
Seguimos corriendo el uno al lado del otro. Empezaba a cansarme, pero no di señales de ello hasta que comencé a toser.
—Si quieres vamos más lentos —sugirió Will.
—Estoy bien.
—No lo parece —dijo Will riendo.
Aceleré el ritmo, dejando a Will atrás y entrometiéndome en conversaciones ajenas. Él me seguía cercano, y se podía escuchar su risa. Giré mi cabeza y estaba sonriendo, negando con la cabeza, mirándose los pies, como solemos hacer todos cuando estamos felices, como si ser felices no estuviera bien. Me choqué contra alguien y, cuando fui a enderezarme para disculparme, me topé con esos ojos oscuros intimidantes. De un momento a otro, todos se pararon y esperaban impacientes a ver la reacción de mi profesor. Me sentí pequeña, débil, ignorante. Parecía que iba a caer, pero me mantuve firme el suficiente tiempo para que alguien me salvara. Mi maldita salvación fue un grito seco, agudo, femenino y miedoso. Aquel grito taladró mis oídos como unos ojos verdes desnudan tu alma: rápida, destructiva y elegantemente. Volvió a oírse el mismo grito, esta vez con un rasgo familiar.
—Beate —dijo Will sin alzar la voz, el cual me miró y, posteriormente, comenzó a correr, apartando a todo aquel que le impidiera el paso. Yo le imité lo más veloz que pude, y Egmont no dudó en actuar de la misma manera. Este esfuerzo fue lo que me faltaba para que mis piernas comenzaran a temblar y mi aliento empezara a escasear. Difícilmente respiraba, pero no debía parar de correr. Tenía que saltar las piedras y esquivar los árboles lo más rápido posible. Vi como Will se paraba a lo lejos e intenté llegar hasta él. Cuando paré a su lado, cerré los ojos y apoyé las manos en mis muslos, e inspiré y expiré repetidamente. Cuando tranquilicé mi respiración, conseguí abrir mis párpados y observar a Beate arrodillada en el suelo, paralizada y tiritando, y a Otis abrazándole, acariciándole el pelo y diciéndole que todo iba a estar bien.
Will ya no estaba a mi lado, sino que se hallaba a unos metros más adelante, mirando hacia abajo. Me acerqué hacia él alterada y bajé la mirada. En cuanto fui consciente del terror que padecía Beate y de los ojos extremadamente abiertos de Will, mi corazón comenzó a bombear la sangre de una forma bestialmente rápida. Lo que mis ojos pudieron ver antes de que mis rodillas empezaran a fallar, fue a Marie tumbada sobre la tierra, cubierta de unas cuantas hojas y polvo, con sus ojos entreabiertos, mirando al cielo. Su cuerpo inerte y manchado de roja sangre dio paso al temblor de mis labios. El aire se volvió frío, congelándome el corazón y la mente. Caí rendida al suelo, cubriéndome los ojos para no ver más. Nadie lloraba, nadie gemía; no éramos capaces de asimilar una muerte más en nuestras vidas. Supe que Will me recogió del duro suelo porque podía reconocer sus brazos firmes, tensos y fuertes.
—Llévatelos a todos de aquí —ordenó Egmont y sentí como Will asentía.
Mientras mi cabeza se posaba en el hombro de Will y mi cuerpo en sus brazos, la imagen de Marie cubría cada rincón de mi mente. Sus ojos azules me perseguían continuamente, y solo podía pensar en ella y en su porqué.
—Julia, por favor —dijo Will.
Me puse en pie, aún con las manos en la cara. Estas fueron acariciadas por Will. Entrelazó sus dedos con los míos y consiguió separar las manos de mi rostro. Agaché la cabeza según mis manos se deslizaban. Will levantó ligeramente mi barbilla con dos dedos, porque así era como lo hacía Will.
—Mírame —ordenó, y yo busqué sus ojos verdes como el hambriento busca alimento—. Vas a estar bien, aquí, conmigo. Todo está bien, ¿vale?
Rompí a llorar, porque entonces comprendí y fui consciente de que una chica que solía ser feliz ya no podía sonreír. Habían apagado su voz.
Will me abrazó muy fuerte mientras me besaba la frente y yo le manchaba la camiseta con lágrimas. Después de un tiempo indeterminado, me separó de su cuerpo y dijo:
—Tenemos que hablar. Hay algo que tengo que contarte.
Asentí y él comenzó a caminar, ya dentro del orfanato. Subí las escaleras detrás de él, mirando atenta su espalda. Llegamos al último piso del orfanato cuando yo ya estaba bastante sofocada. Seguimos adelante por el pasillo hasta pararnos enfrente de la última puerta de este. Pude escuchar el barullo que había dentro de aquella habitación y diferencié las voces de Otis y Verner. Will me miró y, a continuación, dio unos toques en la puerta, al parecer ya ensayados antes, que se regían por este orden de toques con los nudillos (TN) y toques con el pie (TP): TN-TN-TP-TN-TP-TP-TP.
—Nosotros lo llamamos La Esencia, pero pensé que no volvería a utilizarla —explicó Will.
Fue Johann quien abrió la puerta.
—Estábamos esperándote —dijo Johann.
—¡Sí, pero a ella no! —exclamó Inga, que estaba sentada en un pupitre desgastado.
Will y yo entramos en la habitación y Johann cerró la puerta, pasando un gran cerrojo por esta.
—¿Qué hace ella aquí? —preguntó Verner señalándome para, después, dejar caer el brazo.
—¡Eh!, ella ha visto exactamente lo mismo que yo —dijo Beate levantándose del suelo de piedra—. Debería estar dentro.
—Ya está dentro —espetó Will.
—Sabes que seguimos unas normas, Will —dijo Verner con un tono amenazante.
—Sí, lo sé, pero esas normas se rompen cuando todo lo que creíamos saber se va a la mierda.
—Tiene razón, Verner —comentó Emil, el chico silencioso—. Esto no ha acabado, no es lo que pensábamos. Julia es astuta —me halagó encogiéndose de hombros—. ¿Quién está a favor de que esté dentro?
Will, Beate, Otis y Emil levantaron las manos al instante. Unos segundos después, Johann hizo lo mismo, recibiendo así una mirada llena de odio proveniente de Verner.
—La necesitamos, tío —dijo Johann dirigiéndose a Verner—. Tú lo sabes.
Verner gruñó no muy conforme con el comentario de su amigo, pero aún así, levantó la mano, aunque con un sentimiento de pesadez.
—¿Esto es en serio? —preguntó Inga enfadada.
Will posó su brazo rodeándome la nuca. Rechacé esta caricia y me aparté de él.
—No, yo no estoy dentro de ningún sitio hasta que alguien me explique qué está pasando aquí —dije malhumorada.
Beate suspiró y dijo:
—Siéntate, Julia.
Todos hicieron lo que dijo menos yo, que estuve unos segundos observando la habitación.
Este cuarto, en realidad, era buhardilla llena de trastos viejos o rotos que, suponía, ya no se utilizaban en el orfanato y, en vez tirarlos, los guardaban. Había desde un surtido de cajoneras y espejos hasta cajas con sábanas rasgadas. Algunos objetos estaban apilados encima de otros, formando así montañas de inutilidades.
Caminé hacia el círculo que habían formado todos los presentes y me senté en el suelo entre Beate y Emil.
Otis, que estaba enfrente de mí, al costado de Will, comenzó con la explicación:
—Verás, Julia, para que puedas entender todo lo que ha pasado anteriormente, tenemos que volver unos años atrás.
—Está bien, tengo la imaginación bien despierta —dije.
—Perfecto —continuó Otis—, porque la vas a necesitar. Hace tres años, se encontró a una chica muerta en la habitación donde actualmente se da la clase de Geografía e Historia. Fue el primer asesinato de muchos, y fue justo el día uno del mes siguiente de que comenzaran las clases, al igual que ha sucedido hoy, día uno, y al igual que sucedió los dos años anteriores.
»Entonces, empezaron a encontrar cuerpos de alumnos muertos unos días escogidos aleatoriamente después del cuerpo encontrado anteriormente. El asesino no cumple un régimen de días, ¿comprendes? Puede matar a alguien a los cuatro días y, perfectamente, un mes después. ¡El caso es que esto lleva pasando tres años! Cuando llegó el verano del anterior curso y algunos de nosotros dejamos el orfanato durante las vacaciones, no volvieron a haber más asesinatos. Cosa extraña, ya que los anteriores veranos, cuando permanecíamos aquí todos nosotros, sí que ocurrían. Entonces, pensamos que le gustaba que supiéramos cuándo mataba a algunos de nuestros amigos o, incluso, a algún que otro profesor. Pero, ahora, ha vuelto a ocurrir, lo que significa que esto no ha acabado.
»Hace tres años, cuando ocurrió el octavo asesinato, decidimos crear esta especie de grupo, ya que todos éramos amigos y podíamos confiar los unos en los otros. Hemos estado anotando todas las muertes y cualquier anomalía que se nos apareciera desde el principio. Incluso hemos recibido pistas del mismo asesino, como las iniciales de cada uno pintadas con sangre humana en las paredes o mensajes anónimos debajo de nuestras almohadas con la misma frase. Por alguna razón, somos como una especie de elegidos. No nos hará daño físico, sino psicológico. Quiere que suframos con cada muerte. Le gusta vernos llorar o con ojeras del insomnio que tenemos algunos.
»Durante estos años, cada vez que teníamos un presentimiento o alguna prueba de quién era, de alguna forma u otra acabábamos descartándole. Nunca ha sido lo que hemos pensado. Es la persona mejor oculta que hemos llegado a conocer. Ahora no tenemos nada. Todo se ha esfumado con la muerte de Marie, ¿entiendes? Ha vuelto, y nadie sabe lo que quiere. Y para eso existe este clan, este grupo: para encontrar todas las respuestas y, con ellas, al asesino que se ha llevado todo lo que hemos llegado a querer (que no esté en esta habitación).
Respiré profundamente y pensé.
—¿Se han encontrado todos los cuerpos? —pregunté.
—Absolutamente todos, sí —respondió Johann—. Quiere que los encontremos, de hecho. Igual que sabía que, de algún modo, íbamos a encontrar a Marie. Y si ha querido que tú lo vieras es por algo.
—¿Te llevabas bien con ella? —preguntó Inga.
—Sí —respondí—. Bueno, comenzaba a ser mi amiga.
—Pues ya sabes porqué estás aquí —dijo Inga.
—Quería verme sufrir… —susurré mirando al suelo.
—Así es, Julia —dijo Beate—. Nos lo ha hecho a todos.
Resoplé y me acaricié la nuca.
—Está bien —dije finalmente—. Voy a ayudaros.
Will levantó la mirada y, con voz firme, dijo:
—Bienvenida a El Hexágono.

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